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dissabte, 11 de juny del 2016

Miskheta & Gori

La capital espiritual de los georgianos

Desde Tiflis hay dos excursiones de un día fáciles de hacer: Miskheta y Gori. Una la hice en coche y la otra en taxi y marshrutka. La primera fue a la antigua capital del reino de Georgia, Miskheta, clasificada además como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En un valle rodeado de altísimas cimas, justo en la confluencia de los ríos Aragvi y Mtkvari, se encuentra Miskheta, a solo 20km de Tiflis. Desde aquí se proclamó la religión cristiana como oficial en el reino, en el 337, siendo la segunda vez (tras Armenia) que eso acontecía en el mundo. Es por eso que Miskheta sigue siendo la sede de la Iglesia Ortodoxa y Apostólica de Georgia.

Miskheta aloja ejemplos excepcionales de la arquitectura religiosa medieval en el Cáucaso, mostrando el alto nivel alcanzado por las artes y la cultura georgiana. Nuestra visita empezó en lo alto de la colina de Jvari, para visitar el monasterio de la Santa Cruz. Este edificio es muy popular para bautismos y aquel día, 12 de mayo, había varios. Era San Andrés, día festivo en Georgia, que celebra el día del apóstol que fundó la Iglesia Ortodoxa y uno de los primeros evangelizadores de estas tierras. El caso es que familias engalanadas con las vestimentas tradicionales presentaban a sus bebés a la Iglesia georgiana. 

El interior del monasterio es semi oscuro y olía fuerte a incienso. Decenas de iconos cubrían sus paredes, destacando el de Santa Nina, una grecorromana cristiana que convirtió a los reyes de Georgia al cristianismo en el 337. Esta santa fue la única superviviente de las 35 monjas cristianas asesinadas por el rey armenio Tiradates III. Consiguió escapar y además, evangelizar Georgia. Toda una proeza. Santa Nina colocó una cruz de madera en los restos de un antiguo templo pagano. Atraídos por los milagros que realizaba esta cruz, decenas de peregrinos comenzaron a llegar a Jvari y es por eso que se acabó construyendo una iglesia y un monasterio. La iglesia, de cuatro ábsides, fue toda una novedad para su época, y se convirtió en modelo para la construcción del resto de iglesias del país. Bajo de cada icono hay bandejas llenas de arena donde los fieles ponen delgadas velas tras rezar sus oraciones, siempre de pie. En las iglesias ortodoxas nunca hay sillas.

Desde la colina, la panorámica de Miskheta en el fondo del valle, las montañas y los dos caudalosos ríos fusionándose en uno es impresionante. Habían variadas paradas de recuerdos georgianos donde me probé uno de los típicos sombreros de invierno que solían llevar los locales (y que a mi me recuerda poderosamente a una peluca rubia). Mi amiga, como muestra de hospitalidad, me regaló un cuerno tradicional donde beber el vino georgiano.

Una catedral, churchkhela, khinkalis y lobio

Bajamos ya a la ciudad propiamente dicha y callejeamos hasta llegar al complejo amurallado de la catedral de Svetitskhoveli. La impresionante iglesia se construyó encima de otra, de la cual se mantienen algunas partes en el interior. Los bellos relieves así como los efectos del sol entrando a través de los ventanucos me dejaron fascinado. El nombre de la catedral significa, en georgiano, "el pilar que da la vida" y se basa en una leyenda sobre un pilar que flotaba en el aire y que Santa Nina bajó tras pasar una noche rezando. En uno de los templetes de la catedral se supone que están enterradas las ropas que visitó Jesús antes de ser desnudado y crucificado. La importancia de esta iglesia para los georgianos es, por tanto, fundamental.

Volvimos a pasear por las agradables calles del centro histórico de Miskheta, restauradas y llenas de tiendas de productos tradicionales y terrazas donde degustar los vinos y gastronomía georgiana. Los puestos que mas me llamaban la atención (y que ya había visto en Tiflis y en las carreteras) eran los que vendían churchkhela, una especie de guirnalda de nueces cubiertas de una especie de caramelo de diferentes tonos marrones a base de zumo de uva. Las tenían colgadas como si fueran longanizas. Nadie dirían que son dulces. Compré varias para probarlas. El padre de mi amiga me invitó a una degustación/chupitos de diferentes chachas (licor a base de uva, el llamado vodka de uva georgiano) como apertivo. 

Para comer, fuimos en coche hasta un restaurante enorme especializado en comida local, construido en madera y piedra. La familia de mi amiga pidió diferentes platos por mi. Empezamos con una bandeja de khinkali, unos raviolis gigantes (cada uno ocupa una mano entera) rellenos de carne picada especiada con un jugoso caldito que hay que beber tras el primer mordisco para evitar mancharse. La comilona incluyó también el contundente lobio, que es un ragout pastoso de habichuelas especiadas y cocinadas con hierbas en potes de terracota que me encantó. Por supuesto, regamos todo con un excelente vino tinto local. Podéis imaginaros el sueño que me entró tras tamaño banquete.

En la ciudad natal de Stalin

La segunda excursión desde Tiflis la hice por mi cuenta. Me fui a la ciudad de Gori, hacia el oeste, donde nació el temido Stalin. Para llegar hasta allí hay que salir desde la estación de Didube en Tiflis. Aquí encontraréis las tradicionales marshrutkas o mini vans o los taxis colectivos. Estad atentos y tratad de ver que choferes gritan "Gori, Gori" para subiros en el taxi. Una vez está lleno, el chófer saldrá raudo hacia la ciudad. Gori se encuentra cerca de la frontera con Osetia del Sur, una región georgiana independentista que fue ocupada por Rusia en 2010 con la excusa de restablecer la paz. Es por eso que la economía local se encuentra algo estancada. Los turistas llegan aquí no obstante atraídos por su atracción más visitada: el Museo Stalin.

Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, apodado por su amigos como Stalin, dictador soviético desde 1924, gobernó con mano de hierro la URSS durante más de 25 años. Este museo narra su vida con especial atención a la infancia y juventud del georgiano más poderosos de la historia. Hijo de un zapatero alcohólico, fue animado a la carrera religiosa por su devota madre. Stalin ingresó en el seminario de Tiflis cuando tenía 20 años. No obstante, pronto dejó la Iglesia por la lucha revolucionaria, uniéndose a los bolcheviques en Georgia, atacando camiones del zar para abastecer de armas al partido o redactando, imprimiendo y distribuyendo periódicos ilegales en defensa de los derechos de los trabajadores y contra las políticas represivas del zar y su terrible policía política, la Orjana. En 1913, Stalin fue arrestado y deportado a Siberia, de donde salió en 1917, volviendo a Petrogrado justo cuando se estaba consumando la revolución de febrero, inicio de su ascensión al poder de la mano de su colega Lenin.

Son muchos los que en Gori, y en toda Georgia, aún admiran a su paisano más poderoso. Sin embargo, la decidida política pro occidental del gobierno y de la juventud georgiana forzaron la retirada de la última estatua del dictador que quedaba en el país, situada en la plaza mayor de Gori. En 2010, durante la noche y con protección policial, varios operarios la retiraron y guardaron en un almacén gubernamental. En todo caso, el museo no intenta ser objetivo ni mucho menos. Es toda una oda al jerarca, su carrera y sus obras. En definitiva, un homenaje al georgiano más poderoso del siglo XX. Sin embargo, mi guía, un joven simpatizante con ciertos aspectos del stalinismo, fue exquisitamente objetivo, resaltando los elementos positivos del dictador, pero también los negativos, y hablando de forma completa acerca de las purgas, los Gulag o el pacto con Hitler de 1939. Alguna de las historias que no conocía de Stalin es que su hijo mayor, miembro del Ejército Rojo, fue capturado por los nazis durante la II Guerra Mundial. Los generales nazis ofrecieron a Stalin la devolución de su hijo a cambio de un general nazi prisionero de los soviéticos. Stalin se negó en redondo, afirmando que no podía cambiar a un soldado raso por un general, y que él consideraba a todos los soldados del Ejército Rojo como a sus propios hijos/

Un pieza curiosa de la exposición es el testamento de Lenin, en el que indicaba su negativa a que Stalin tomara las riendas del partido, ya que lo consideraba sediento de poder y envidioso. Los esfuerzos de los gerentes del museo por mantenerlo y a la vez, aumentar su calidad y objetividad, son bastante notables en todo caso. Me impresionó que en una de las salas se encuentra una de las ocho máscaras metálicas que se hicieron de Stalin justo después de su muerte. Está situada en mitad de un pedestal con un banco circular alrededor y da un poco de cosa.

La última parte del museo es la colección de regalos que recibió Stalin a lo largo de su vida (y que aún recibe como homenaje póstumo) de diferentes dirigentes mundiales o de otros bolcheviques. De los pocos que aún envían regalos son los chinos y los norcoreanos, ya sea vasijas con la efigie del dictador o tapices de seda con su cara, además de flores constantes para sus estatuas. La visita acaba con la visita a una reconstrucción de su primer despacho del Kremlin, con los muebles originales, cajas de cigarros o vasos. La parte del museo dedicada a la represión stalinista es muy pequeña y no fue explicada por mi guía. Lo que si me explicó largo y tendido fue como los que rodeaban y adulaban al dictador, entre ellos el sangriento general de la KGB Beria, o el que sería sucesor de Stalin dirigiendo la URSS, Jrushchev, fueron los directos responsables de las matanzas y purgas, y no Stalin per se.

Casas natales, vagones y refrescos verde fosfi

En el exterior hay un templete neoclásico que cubre la humilde casa en la que nació Stalin, donde sus padres alquilaban una habitación. Esta mantiene su localización original. Allí vivió los cuatro primeros años de su vida y se pueden ver las escalinatas para bajar al taller de su padre, o el humilde interior de la casa. También en el jardín se encuentra el vagón personal de Stalin con el que se desplazaba a lo largo de la URSS. Este vagón blindado fue originalmente propiedad del zar Nicolás II. Stalin odiaba volar y por eso lo utilizó para llegar en tren y asistir al Congreso de Yalta de 1945. De hecho, Stalin solo tomó avión una vez en su vida: para asistir a la Conferencia de Teherán. Fue en su tren hasta Baku y allí tomó un avión hasta la capital iraní. El tren cuenta con bañera e incluso uno de los primeros aires acondicionados (fabricado en Azerbaiyán) que refrescaba la zona del vagón dedicada a comedor/sala de reuniones. Sólo se puede visitar con guía y la entrada se paga aparte. Mi conversación con el guía acabó en el proceso de desestalinización liderado por Jrushchev. La retirada de la tumba de Stalin del mausoleo de la plaza Roja, donde ahora solo está Lenin se puede ver en una maqueta del museo.

Salí del museo turbado por la profunda conversación y por todo lo que había aprendido. Me di una vuelta por la anodina ciudad, llena de edificios grises y aburridos, al más puro estilo comunista. Vi desde lejos el castillo de Gori, situado en una colina. Como tenía bastante hambre volví frente al museo, donde estaba el único restaurante abierto del ciudad. Pedí una sopa con mini khinkalis, una trucha al horno y agua de Lagidze, un refresco georgiano de estragón, color verde fosfi, inventado por un farmacéutico de Kutaisi. De hecho, en Tiflis tuve la oportunidad de probar su otro sabor más popular: el de chocolate y crema. La vuelta a la capital georgiana la hice en marshrutka, más incómoda que los taxis. El problema era que estos no se llenaban, y si no se llenan, no salen a no ser que se pague el precio total de la carrera.  

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