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dijous, 4 d’abril del 2013

Angkor, la joya de Camboya

Las dos noches que he pasado en Camboya han sido inolvidables. Y han sido en la pequeña ciudad de Siem Reap. 

No podía ser de otra manera. Camboya tiene aquí su joya más preciada: Angkor, el conjunto de templos hinduistas mas grande del mundo con Angkor Watt como pieza clave. Basta dar un vistazo a la bandera camboyana para entender la importancia que tiene para este país: allí se encuentra perfectamente dibujada la silueta de este magnífico templo.

Siem Reap, la ciudad anexa al conjunto de templos, es un hervidero de mochileros de todos los puntos de globo que acuden a contemplar esta maravilla arquitectónica. Su moderno aeropuerto conecta con decenas de ciudades de toda Asia, haciendo más fácil si cabe la llegada a Angkor.

Nosotros aterrizamos bien de noche en un baratísimo vuelo de Cebu Pacific Air desde Manila. Tras pagar los correspondientes 21 dólares del visado, que se expide al momento, nos subimos en el tuk-tuk de la casa de huéspedes en la que nos alojábamos. El amable conductor se presentó como Panda y nos esperaba con un cartel con mi nombre en grande. Los tuk-tuk camboyanos son amplios carricoches con capacidad de cuatro o cinco personas sentadas cómodamente tirados por una moto.

Recorrimos las   avenidas de Siem Reap, flanqueadas de enormes resorts llenos de chinos, japoneses y coreanos hasta llegar al centro de la ciudad donde se situaba nuestro alojamiento: MotherHome Guest House. Sólo me caben elogios hacia este hotelito. No sólo nos recogieron de forma gratuita, sino que además nos recibieron con una toalla húmeda deliciosamente perfumada y con una bebida de bienvenida de piña servida en un vaso metálico tradicional.

La habitación, limpia y bonita contaba con un baño perfectamente equipado. La relación calidad precio es de las mejores que nunca he tenido. Antes de domir pedimos a Panda estar listo a la cinco de la mañana. Queríamos ver amanecer en Angkor Watt.

En efecto, nos despertamos a la mañana siguiente y allí estaba Panda, listo y con nuestro desayuno empaquetado, cargado además con una neverita llena de botellas de agua (nos harían mucha falta después). Tras un breve recorriendo en el silencio de la noche llegamos a la entrada de Angkor, gestionada conjuntamente por el gobierno camboyano y la UNESCO. Tras pagar 20 dólares por cabeza nos emitieron un carnet con nuestra foto y todo, que hay que presentar a los guardas de los templos en todo momento.

Panda nos dejó en la primera parada: Angkor Watt, el templo más visitado de todos. Es el mejor conservado porque nunca fue abandonado a la jungla y pequeñas comunidades de monjes lo mantuvieron más o menos vivo tras su caída. Allí, legiones de turistas de todo el mundo abarrotaban la avenida principal que cruza el enorme lago artificial que rodea los templosa modo de foso. Con pequeñas linternas nos íbamos iluminando. A trancas y barrancas, cruzando las antiguas estancias sagradas nos adentramos hasta el corazón del complejo.

Angkor Watt es una réplica del universo en miniatura. La torre central es el mítico Monte Meru (en la mitología Khmer es el lugar donde habitan los dioses), con sus picos menores rodeándolo. Los patios y estancias que lo rodean son los continentes. El estanque interior simboliza los océanos. Y las serpientes de siete cabezas (la mítica Naga) que se encuentra en las escaleras y barandas a modo de gran pasamanos simbolizan el arco iris que los humanos tienen que buscar, como puente para llegar al monte de los dioses.

Mientras disfrutamos de nuestro desayuno con croissants (restos del pasado colonial francés), pan con mermerlada y bananas, la luz apareció iluminando el complejo de forma mágica. Tal vez las masas de turistas le quitaban un poco de encanto al asunto. El caso es que empezamos a recorrerlo todo, incapaces de parar de hacer fotos. 

Los pasillos que rodean las torres están bellamente decorados con bajorrelieves que narran diferentes historias y mitos del hinduismo. La más impactante es la de la creación del Océano de Leche, dónde demonios y dioses, sujetando los extremos de la serpiente Naga, hacen batir el océano con el fin de obtener el elexir de la inmortalidad.

Los patios interiores dan una sensación de paz interior increíble. Y las vistas del conjunto desde las torres que rodean a la torre central son inolvidables. No olvidéis pasear por la parte trasera, desde la que se toman las mejores fotos. Pero cuidado con las bandas de monos salvajes. Son muy agresivos. A mí me abrieron la bolsa para robarme un plátano en cuestión de segundos.

Tras tanta belleza volvimos con Panda que nos llevó hasta la siguiente parada de la ruta. Cruzamos una de las cinco puertas de la ciudad fortificada de Angkor Thom, construida en el siglo XIII y que llegó a alcanzar el millón de habitantes en una época en la que Londres apenas llegaba a los 50 000. Esta puerta estaba precedida por 54 estatuas de demonios a un lado y 54 estatuas de dioses a otro, cargando ambas filas a Naga, emulando la representación de la creación del mundo. Las casas, edificios públicos y palacios de la ciudad estaban construidos en madera, ya que la piedra estaba reservada a los dioses. Por eso, hoy día sólo podemos admirar los esqueletos de las estructuras religiosas que salpicaban la ciudad, así como sus murallas y puentes.

Una de las más impactantes es Bayon. Con 54 torres, este templo nos muestra el ego del rey Jayavarman VII, decoradas con 216 caras gigantes del rey sonriendo gélidamente. Impresiona sobremanera a pesar de que se encuentra bastante degradado. Una de las funciones de este templo era recordar la omnipresencia del rey.

A continuación nos dirigimos a Baphuon, un auténtico rompecabezas que ha llevado a los arqueólogos décadas de restaurat. Con forma piramidal, representa al mítico monte Meru, lugar de los dioses para los Khmer, y está construido en el centro exacto de la ciudad. Las vistas desde arriba son bellas y en la parte de detrás se puede admirar un gigantesco relieve de Buda tumbado.


Paseamos por el antiguo centro de la ciudad viendo pequeños templos aquí y allá y pasando mucho calor hasta llegar a la amplia Terraza de los Elefantes, donde aún se aprecian algunas estatuas de paquidermos. Esta terraza se usaba como gigantesco palco para las autoridades de la ciudad. Desde aquí se abre una gigantesca explanada donde se realizaban los desfiles militares del antiguo imperio Khmer. Por cierto, que por los caminos y carreteras de Angkor Thom existe la opción de desplazarse en elefante por 20 dólares por persona.

Tras una pausa para comer un delicioso curry verde en uno de los puestecitos populares  que abundan por todo el complejo nos dirigimos a la última parada: el templo de Ta Phrom. Este templo budista nos recuerda el poder de la jungla. Aquí podemos sentir lo que vieron los exploradores europeos cuando llegaron a esta ciudad perdida. Ta Phrom se ha dejado expresamente en un estado semi-salvaje, con torres derrumbadas y árboles centenarios que abrazan con sus fortísimos troncos y raíces las paredes y estancias del templo. El musgo cubre la mayoría de bajorrelieves. Es en este templo donde uno se siente más explorador que nunca. No en vano, aquí se rodaron numerosas escenas de la película Tomb Raider, protagonizada por Angelina Jolie.

El calor ya era insoportable, llevábamos más de ocho horas recorriendo templos (desde las cinco de la mañana) por lo que a la una de la tarde no podíamos más. Volvimos al hotel para una larga siesta. Nunca olvidaré Angkor y sin duda que volveré para explorar las decenas de templos que me dejo.

Por la tarde-noche nos dedicamos a explorar Siem Reap, con su río central cruzado por puentecitos, sus mercadillos nocturnos, su pequeño Palacio Real... En el centro del pueblo se encuentra la popular Pub Street, una calle donde se concentran todos los locales de fiesta y dónde siempre hay un ambiente divertido con extranjeros de todo lado mezclados con camboyanos de clase media. Queríamos cenar en uno de los restaurantes que emplean a jóvenes sin recursos y utlizan los beneficios para sufragarles una educación pero estaban todos cerrados por ser domingo así que pedimos consejo y nos recomendaron Angkor Famous situado en "The Alley", un local de comida tradicional Khmer sin pretensiones ni aire acondicionado, pero baratísimo. Allí probamos el delicioso Hammock, comida tradicional Khmer con leche de coco, especias y carne o pescado cocinado al vapor en hoja de banano. Yo lo pedí de gambas y estaba exquisito. Los cócteles están muy ricos y son los más baratos que nunca he pedido.

Antes de salir de fiesta nos dimos un masaje en una de las piscinas con peces "come piel muerta" que abundan por el centro. Por tres dólares tienes una hora de spa de peces y una cerveza. El truco es relajarse primero con los peces pequeños y luego pasar a los grandes. Al principio cuesta pero al final es una experiencia muy relajante.


Los locales de fiesta que conocimos fueron el mítico Angkor What?, de estilo mochilero, donde la gente escribe en las paredes y se dedica a hablar más que nada y enfrente el Temple Bar, una moderna discoteca con pista de baile, barras y música de todo el mundo.

Me gustaría muchísimo poder volver a Siem Reap. No sólo por la excelente relación calidad precio de todo y la amabilidad de sus gentes, sino por descubrir más a fondo las centenares de joyas arquitectónicas que se esconden en Angkor. De hecho, sólo he visto las principales. Me queda muchísimo por descubrir aún.

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